La práctica del bautismo surgió de tradiciones judías antiguas. Al preparar el camino para Cristo según Dios le había indicado, Juan el Bautista comenzó a enseñar “el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados” (Marcos 1, verso 4). Luego, Jesús mismo, tras su resurrección, instruyó a sus discípulos a que bautizaran a la gente en su nombre: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28, verso 19).

Y Pedro lo reafirma en Hechos 2, verso 38. En esa ocasión, Pedro ha hablado a una multitud sobre la muerte y la resurrección de Jesús y, cuando la gente le pregunta qué debe hacer, él les responde: “Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados…”. En el verso 41 añade: “Así, pues, los que recibieron su mensaje fueron bautizados…”.

Aquí aprendemos que el arrepentimiento (dar media vuelta para alejarnos de pecar conscientemente contra Dios y para vivir una vida que lo honre) es crucial para recibir el perdón de Dios. También aprendemos que hay algo simbólico en ser purificado en agua o “bautizado”.

Es importante resaltar que en la Biblia nadie fue bautizado por un sacerdote. Nadie fue bautizado en agua especial o “bendita”. Y el acto del bautismo no otorga el perdón. Esta idea fue introducida por la Iglesia Católica Romana en el Concilio de Trento de 1563.

Analicemos estos tres puntos uno por uno…

Juan cap. 4, versos 1 y 2, dice: “…los fariseos sabían que Jesús estaba ganando y bautizando más discípulos que Juan (aunque en realidad no era Jesús quien bautizaba, sino sus discípulos)”.

Así que, con Jesús presente, eran los discípulos —que eran personas comunes y corrientes— quienes bautizaban, no Jesús.

Y la instrucción de Jesús a sus discípulos en Mateo 28, verso 19 (“Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”) es una instrucción para todos los seguidores de Jesús, no solo para los “ordenados”.

Hechos capítulo 8 recoge que Felipe bautizó a samaritanos (verso 12) y luego a un eunuco etíope (versos 36-38): “Mientras iban por el camino, llegaron a un lugar donde había agua y el eunuco dijo:
—Mire usted, aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?
Entonces mandó parar el carro, ambos bajaron al agua y Felipe lo bautizó”.
Insistimos: No había nada especial en el agua y Felipe no era sacerdote, solo un creyente en Jesucristo.

¿Y recuerdas al hombre colgado en una cruz junto a Jesús, que reconoció quién era Jesús? Lucas 23, versos 42-43 dice: “Luego dijo:
—Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
—Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso —le contestó Jesús”. Claramente, el hombre en la cruz no fue bajado para ser bautizado, lo que demuestra que fue salvo por su fe en Jesús, no por nada que hubiera hecho.

En resumen, el bautismo es algo bueno, pero es simbólico. Significa arrepentimiento y que la persona reconoce quién es Jesús y lo que ha hecho por ella. El acto del bautismo no tiene que ser realizado por un sacerdote. En ninguna parte de la Biblia se enseña eso. De hecho, dice lo contrario: que todos los discípulos (seguidores de Jesús) deberían ir y bautizar.