La Biblia afirma que ya no necesitamos a un sacerdote humano, aparte de Jesús, para acceder a Dios. De hecho, el Nuevo Testamento deja muy claro que, dado que Jesús murió por los pecados del ser humano, ya no necesitamos a un sacerdote para dirigirse a Dios en nuestro nombre. Como hemos sido justificados ante Dios, podemos acceder a él directamente.

“Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró. La cortina del santuario del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo”.

Marcos cap. 15, versos 37-38

En el Antiguo Testamento, el sumo sacerdote era la única persona que podía entrar tras el velo del templo, la zona llamada el Lugar Santísimo. Cuando Jesús murió, el velo del templo se rasgó en dos de forma sobrenatural, demostrando que, gracias al sacrificio de Jesús, ahora la humanidad podía tener relación directa con Dios.

“De hecho, la Ley designa como sumos sacerdotes a hombres débiles; pero el juramento posterior a la Ley designa al Hijo, quien ha sido hecho perfecto para siempre”.

Hebreos cap. 7, verso 28

Aquí, el escritor de Hebreos afirma que Jesús es, en esencia, el nuevo Sumo Sacerdote. Su muerte y resurrección implican que ya no necesitamos sacerdotes humanos que intercedan por nosotros.

“Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús entró por nosotros para abrirnos camino, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”

Hebreos cap. 6, versos 19-20

Ya no necesitamos un sacerdote para acceder a Dios. Si Jesús, como precursor, entró en la presencia de Dios, Él espera que otros lo sigan. Gracias a que Jesús murió para pagar por nuestro pecado, ahora podemos entrar “detrás la cortina” y acceder a Dios directamente.

Desde Adán y Abraham, pasando por los profetas del Antiguo Testamento y hasta los apóstoles del Nuevo Testamento, a lo largo de la Biblia vemos que Dios desea tener una relación directa con la humanidad. El papel del sacerdote no se elevó a la categoría de mediador entre el hombre y Dios hasta la introducción de los sacramentos en el Concilio de Trento de 1563.

Si la gracia es algo que se da gratuitamente, la Iglesia Católica Romana la transformó en algo que se puede ganar. De ese modo, las personas necesitan a los sacerdotes para tener una relación con Dios y recibir la salvación. Como vemos, esto no es bíblico ni una representación veraz del corazón de Dios.