Para llegar a la verdad sobre quién fue María y cuál es su papel hoy, primero debemos establecer que la fe cristiana se basa en la Palabra de Dios (la Biblia), no en las palabras de los hombres.

En 2 Timoteo cap. 3, verso 16 se afirma que “Toda la Escritura es inspirada por Dios”. En Proverbios cap. 30, verso 6, el autor advierte “No añadas nada a sus palabras”, muy similar a lo que Pablo dice en 1 Corintios cap. 4, verso 6: “aprendan de nosotros aquello de ‘no ir más allá de lo que está escrito’”.

La Biblia es la Palabra de Dios, inspirada por Él mismo. No hay autoridad más alta que Dios y su Palabra, y no se le debe añadir nada. Sin embargo, para la Iglesia Católica Romana, aunque la Biblia es importante, no es la autoridad suprema. Es el punto de partida del evangelio de Jesucristo, pero la Iglesia Católica Romana puede añadir a su antojo. Lo vemos claramente en lo que enseña sobre el regalo de la salvación: mientras que la Biblia dice que se obtiene por la fe en Jesús, el catolicismo romano ha convertido la salvación en un peregrinaje sacramental que solo puede ser administrado por la Iglesia. Lo explicamos con más detalle en “La historia de la Iglesia Católica Romana”.

Esto nos lleva a María, madre de Jesús, ya que la descripción que el Nuevo Testamento hace de ella es muy diferente a la María y a la mariología de la Iglesia Católica Romana.

La María que aparece en la Biblia es como los demás personajes clave del Nuevo Testamento: no son idolatrados porque ellos no son el centro de la historia. El centro es Jesús. María es elegida por

Dios para llevar a Jesús en su vientre y, cuando el ángel Gabriel le comunica esa noticia, ella responde:

“Entonces María dijo: ‘Aquí tienes a la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra’”.
Lucas cap. 1, verso 38 (NBLA)

Fíjate que María usa la palabra “sierva”; no “socia” ni “colaboradora”, sino “sierva”. Esto es contrario a la creencia de la Iglesia Católica Romana de que el papel de María no se limita a haber sido sierva de Dios en un momento de la historia, sino que se extiende hasta convertirla en distribuidora continua de la gracia de Dios, y en mediadora e intercesora entre Dios y los hombres.

María también dice: “…hágase conmigo conforme a tu palabra”. Porque María entendía que la Palabra de Dios estaba por encima de cualquier otra palabra.

La Iglesia Católica Romana también promueve la idea de que, como Jesús nació y vivió sin pecado, María también nació y vivió sin pecado. Sin embargo, la misma María dice: “Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas cap. 1, verso 47), lo que indica que ella entiende que necesita la salvación de Dios, como el resto de la humanidad. La enseñanza clara de las Escrituras es que “todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos cap. 3, verso 23). No hay ninguna referencia a una impartición especial, ni siquiera para la humilde sierva que llevó al Hijo de Dios en su vientre.

En resumen, la María de la Iglesia Católica Romana se ha convertido en una figura muy distinta a la María bíblica, madre de Jesús. La idea de que el rol de María es, en cierto modo, equiparable a la obra de Jesús no proviene de la Biblia, sino de la Iglesia Católica Romana.

En muchos sentidos esto describe bien el catolicismo romano, ya que la Iglesia Católica Romana ha ido añadiendo elementos a la verdad del evangelio y de la Biblia, alejándose cada vez más de ella.

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