El Dios que creó el mundo te conoce y te ama. Desde el principio de los tiempos, Dios creó a la humanidad para que pudiéramos tener una relación con Él. Y tú no eres una excepción. Dios quiere tener una relación contigo.
¿Por qué? Porque te ama con un amor inagotable. Él te conoció antes de que te conocieras a ti mismo. Él es un padre amoroso que ve más allá de nuestras miserias y nuestros errores porque nos ha dado una gracia inmerecida, la cual recibimos al poner nuestra fe en Jesús. Gracias a que Jesús murió, a pesar de nuestra condición podemos vivir ahora y por la eternidad una vida en relación con Dios nuestro Padre y Creador, que depende de lo que Jesús ha hecho, no de lo que nosotros hagamos.
Poner tu fe en Jesús es la decisión más importante que puedes tomar. Para el no creyente, la verdad de que Jesús, quien nunca pecó, murió en una cruz por nuestros pecados, no significa nada. Para el creyente lo es todo.
“El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios”.
1ª Corintios cap. 1, verso 18
Así que, considera a Dios. Considera a Jesús, su vida, muerte y resurrección. Y elige para ti una vida de relación con Dios, no basada en lo que hagas o hayas hecho, sino en lo que Jesús hizo por ti. Sé aquello para lo que fuiste creado. Un hijo de Dios.
“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hechos hijos de Dios”.
Juan cap. 1, verso 12
“En el principio Dios creó los cielos y la tierra”.
Génesis cap. 1, verso 1
Desde el comienzo mismo de la Biblia, se espera que el lector tenga fe. Desde las primeras cuatro palabras, “En el principio Dios…”, se espera que el lector acepte la idea de un Dios que existe fuera del tiempo (ya existía antes de la creación del mundo) y fuera del espacio (si no está en el cielo ni en la tierra, ¿dónde está?).
No se nos da una respuesta sobre el origen de Dios ni por qué decidió que ese era el momento de crear el universo, por lo que el lector debe ejercer fe y creer en la existencia de Dios antes del tiempo y fuera del espacio.
Cuando Dios crea la Tierra y la llena de animales y personas, vemos que el plan amoroso de Dios es dar a la humanidad libre albedrío (o libertad de elegir), con el resultado de que Adán y Eva desobedecieron a Dios y tomaron del fruto prohibido del “árbol del conocimiento”.
Para dar a la humanidad la libertad de elegir, Dios permite que Satanás aleje a la gente de la relación con Dios. Dios lo permite para que los que creen en Él puedan elegir amarle, en lugar de verse obligados a hacerlo porque no tienen más opción. Amar por elección es amor de verdad. El amor forzado no es amor.
Al permitir que Satanás aleje a la gente de Él, Dios también permite el sufrimiento, el dolor y el mal. Esto puede sonar poco amoroso, pero forma parte de la libre elección que Dios, el Padre amoroso, ha dado a sus criaturas.
A continuación, vemos que los primeros personajes de la Biblia se relacionan con Dios con mayor o menor éxito, antes de que Dios
diera a Moisés un conjunto de 10 instrucciones para ayudar al pueblo de Dios a vivir en comunión con Él.
Poco a poco, seguir estas reglas se convierte en algo más importante que la propia relación con Dios. Y cuando el pueblo de Dios se cansa de tener un Dios que no tiene forma humana, decide que quiere un rey terrenal que lo gobierne, así que Dios primero les da a Saúl y luego a David. Lo que sigue a continuación es una serie de reyes, algunos de ellos buenos, pero la mayoría no.
Para entonces, las 10 reglas que Dios había dado a la humanidad como guía para amarle y amarse unos a otros se habían tergiversado. El pueblo de Dios había creado tantas reglas y leyes que la relación con Dios se había convertido en una religión de prácticas y rituales. (Es decir, el pueblo abandonó la Palabra que Dios le había dado y en su lugar estableció sus propias leyes y costumbres y ahora estas eran más valiosas que Dios mismo.) Por esa razón, Dios envía a Jesús —Él mismo en forma humana— a vivir una vida sin pecado y así poder morir para pagar el precio por el pecado de la humanidad, cometido entonces como en el futuro.
Con su vida, muerte y resurrección, Jesús mostró a los seres humanos cómo vivir y amar. Sus enseñanzas y su resurrección fueron recogidas por sus discípulos y por el apóstol Pablo en el Nuevo Testamento y constituyeron el fundamento de los primeros creyentes, que se conocerían como cristianos.
Cuando Jesús regresó al cielo para estar con Dios, su regalo de despedida para quienes creían en Él fue el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios mismo, que estaría con todos los creyentes para ayudar y guiar al pueblo de Dios.
La iglesia primitiva creció cuando el Imperio romano estaba en declive, y viendo el poder y el entusiasmo que aquellos creyentes en Cristo tenían, las autoridades romanas fueron permitiendo las prácticas de la iglesia en la sociedad e influenciando en la doctrina y las enseñanzas de la iglesia para que esta pudiera mantener el control sobre la gente. De ahí surgió lo que ahora conocemos como la Iglesia Católica Romana.
Con el tiempo, la Iglesia Católica Romana añadió más y más reglas y prácticas religiosas de modo que, al igual que en el Antiguo Testamento, el propósito de la iglesia —amar a Dios y estar en relación con Dios— se convirtió en la realización de prácticas y rituales religiosas, que separaban al ser humano de Dios.
En 1517, un monje católico romano llamado Martín Lutero lideró lo que ahora se conoce como la Reforma Protestante, en la que, reconociendo hasta qué punto la Iglesia Católica Romana se había alejado de las enseñanzas de la Biblia, puso de relieve las hipocresías y los errores de la Iglesia Católica Romana con el fin de que volviera a las enseñanzas de Jesús y de la Biblia.
La Iglesia Católica Romana rechazó categóricamente a Martín Lutero y las verdades bíblicas a las que apeló, y fue aún más lejos al posicionarse entre el hombre y Dios, creando los sacramentos como una forma en que las personas podían ganarse la gracia de Dios en lugar de recibir el perdón como un don gratuito, asegurando aún más su poder y control.
Martín Lutero dejó la Iglesia Católica Romana y formó lo que ahora se conoce como la iglesia protestante, donde los creyentes siguen las enseñanzas de la biblia y entienden que la gracia y la salvación son dadas por Dios a través de la fe en Jesús y lo que Él hizo en la cruz.
Por el contrario, la Iglesia Católica Romana continuó agregando más prácticas y rituales que la gente debía hacer para merecer la gracia de Dios y la salvación. En 1965, la Iglesia Católica Romana decretó que en ella no había error, que tenía más autoridad que la Palabra de Dios y que podía agregar reglas y prácticas según le pareciera.
Lo que nos lleva al día de hoy, donde la Iglesia Católica Romana todavía practica y enseña una versión falsa del evangelio. Una versión en la que la persona tiene que ganarse la salvación y depende de la Iglesia Católica Romana para tener comunión y relación con Dios. Eso no es lo que Dios quiere para su pueblo. Va en contra de las enseñanzas de la Biblia y desautoriza lo que Jesús hizo en la cruz para salvar a la humanidad.
Para recibir el regalo gratuito de la salvación y tener relación con Dios, el único requisito es creer en Jesús y recibir la gracia que su muerte y resurrección nos ha dado.
“…que todo el que cree en él recibe, por medio de su nombre, el perdón de los pecados”.
Hechos cap. 10, verso 43
“que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo”.
Romanos cap. 10, versos 9-10
“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe. Esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios y no por obras, para que nadie se jacte”.
Efesios cap. 2, versos 8-9
Creer en Jesús es reconocer y comprender quién es Él y lo que hizo en la cruz, pagando el precio del pecado del hombre contra Dios para reconciliar al hombre con Dios. Recibir la gracia que Dios nos ha dado es abandonar nuestra vieja manera de vivir y, en su lugar, vivir una vida para Dios y con Dios. Podemos hacerlo leyendo la Biblia y las enseñanzas de Jesús. Aprendiendo quién es Dios y qué es importante para Él. Hablando con Dios y escuchándole. Y permitiendo que el Dios trino —el Padre, Jesús y el Espíritu Santo— nos cambien y nos dirijan a una nueva forma de vivir.